Mauricio es el hijo mayor de Claudia y Martín; el único que sigue viviendo con ellos… o donde ellos vivían.

Su hermano Jacinto se casó desde muy joven y Susanita se fue a estudiar inglés al extranjero en cuanto terminó la preparatoria.

La chica se adaptó tan bien a esas tierras ajenas, que las adoptó como propias. 

Acabó por enamorarse de un buen tipo y hoy vive en unión libre con él. 

Al parecer se casan el año que viene o dentro de diez. O capaz nunca, pero, tomando las palabras de la propia Susanita, ¿quién necesita casarse cuando uno vive enamorado y feliz?

Mauricio es arquitecto de profesión pero trabaja como animador de fiestas infantiles.

Animador suplente, es justo decir.

¿Cómo acabó un arquitecto de payasito de niños?

Sería fácil de entender si habláramos de un pésimo arquitecto al cual no le quedó de otra más que tomarse el primer empleo que se le cruzara en el camino. 

Pasa que Mauricio egresó con honores de la universidad…

Tal vez fue bueno en el aula de clases, pero en la práctica resultó un flan.

Sin embargo, sus colegas le envidian el intelecto y la paciencia; el sentido de innovación y la ejecución.

¿Entonces?

Entonces nada.

Una mañana de abril Mauricio despertó convencido de querer botar la arquitectura para montarse algo propio. 

Intentó mil cosas y en las mil falló… hasta que conoció a Miguelito.

El referido es un tipo que desde que terminó la secundaria no quiso saber más del estudio. 

Él también intentó mil cosas… pero a él las mil le pegaron. 

Pasa que al final se le caían todas porque no tenía dinero para solventarlas.

Su suerte cambió, no obstante, cuando conoció a Mauricio.

Hablamos de un arquitecto aburrido con su profesión y con el suficiente capital en el bolsillo para invertir en lo que se le antojara. Y lo que se le antojó fue montarse un salón de fiestas infantiles.

El negocio resultó todo un éxito… para Miguelito.

En cuanto el tipo se dio cuenta de que se le daba muy bien eso de entretener a chicos y grandes y que Mauricio más que sumarle le restaba, juntó una buena cantidad de dinero y le ofreció la mitad a Mauricio para que dejaran de ser socios.

Este dijo que no, que de ninguna manera. 

Pero Miguelito insistió tanto y de tal manera, que Mauricio acabó por tomar el dinero y desearle buena suerte.

El deseo se le cumplió…

Miguelito elevó el negocio hasta las nubes; a Mauricio el dinero se le fue en ideas que nunca llegaron a nada.

Fue entonces cuando decidió volver a casa con papá y mamá. Un poco porque necesitaba de la calidez del primer hogar y otro tanto porque ya no le alcanzaba ni para pagar el alquiler.

Pero un día se le dio por enamorarse y tomó aquello como motivación para volver a intentarlo… para salir adelante.

Buscó colocarse como arquitecto, pero en todos lados le pedían experiencia y él no la tenía. Creía que sabía, pero al intentar aplicar sus conocimientos se daba cuenta de que su talento había expirado. El intelecto y la paciencia; el sentido de innovación y la ejecución. Sobre todo la ejecución.

Una tarde volvió a casa, cabizbajo. En eso vio que en la esquina de la cuadra estaban montando un salón de fiestas infantiles y que estaban contratando personal.

Pensó: ¿por qué no intentarlo de nuevo?

Entró al lugar decidido a empezar desde donde fuera necesario.

Si debía estar en la cocina, cocinaría. Si debía barrer y repartir gelatinas, barrería y repartiría gelatinas.

Todo con tal de conocer el negocio desde sus entrañas y volverse el Miguelito de alguien más. 

Le dieron oportunidad como animador suplente. 

Él algunas veces suplió a Miguelito… no más de cinco, pero igual dijo que sí, que ya aprendería.

Y se gastó el sueldo entero en cursos y talleres…

Pasaron los años y la novia lo dejó. Pero a Mauricio esto no le importó.

Todo valdrá la pena, se decía cuando estaba a punto de rendirse y la cadera le dolía. 

Ya las piernas le funcionaban a medias y la peluca para el show cada vez le cubría menos las canas.

Mauricio llegó a viejo sin haber triunfado nunca en su vida.

Pudo ser un gran arquitecto, pero no quiso. Y ese no fue precisamente el problema. Tan no lo fue, que ni en los ratos más amargos Mauricio se arrepiente de haber botado tal profesión.

De lo que sí se arrepiente, es de haber aceptado la propuesta de Miguelito.

Lo que él no sabe… o quizás sí, pero prefiere hacer como que no, es que el problema tampoco fue venderle su parte a Miguelito, sino el pensar que las cosas se hacían solas.

Se pasó la vida estudiando y preparando el momento adecuado en lugar de propiciarlo.

Nunca comprendió que el estudio es parte importante en la vida de un ser humano, pero que no lo es todo. Que no siempre alcanza con tener dieces ni ser el del dinero. 

En la vida en ocasiones debemos ser más como Miguelito: detectar las grandes oportunidades y concretarlas.

Y hablando de concretar cosas, les cuento también que Miguelito no solo triunfó en los negocios.

Una tarde se encontró en un café con una mujer de mirada bonita, pero aburrida. Mas el aburrimiento, calculó Miguelito, no era propio de ella.

Por eso se acercó a la mujer y le preguntó su nombre.

Ella en un principio reaccionó con timidez, pero al final le contó su vida entera haciendo especial énfasis en el fracasado de su novio, al cual, meses más tarde, se animó a abandonar para darle una oportunidad a Miguelito.

De esto Mauricio jamás se enteró, es justo decirlo.

Seguro que esta sí no se la perdona.

Cuando todo está dicho, decir más, está de más.

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Texto: Jaime Garza 
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