El contador de cartas

A Paul Schrader el cine le debe mucho, es quizá uno de los cineastas más influyentes de la época moderna. Sus obras más famosas y laureadas tienen merecidamente la etiqueta de «Obra maestra». De su ideología tan particular y de su visión de la vida salieron los guiones de grandes clásicos de culto de la historia del cine. Paul Schrader creció en un entorno sumamente estricto, criado bajo la fe calvinista que le prohibió ver películas hasta que cumpliera dieciocho años. Los traumas de su infancia son perceptibles en sus obras y su desarrollo emocional es lo que le da un estilo único a cada personaje que inventa para la gran pantalla.

Y una vez más con El Contador de Cartas, vemos a un Schrader fino, desatado, implementando esa peculiar ideología y visión de la sociedad en una historia que mantiene un relato sumamente interesante, quizá a la altura de sus anteriores obras como Taxi Driver o Toro Salvaje, una historia mordaz y visceral que contiene un mensaje implícito que vale mucho la pena.

El Contador de Cartas nos presenta la historia de William Tell (Oscar Isaac) quien es un exmilitar y jugador profesional de póker. Su meticulosa vida se trastoca cuando se le acerca Cirk (Tye Sheridan), un joven que busca ayuda en Tell para ejecutar su plan de venganza contra un coronel militar.

El eje de la historia radica en el misticismo y la incertidumbre del personaje principal (Bill Tell), el director presenta fragmentos del protagonista y como suele ser costumbre es un arquetipo de personaje bastante complejo. En tan solo pocas secuencias iniciales el espectador puede notar que Bill es un tipo frío, calculador, con una notable obsesividad compulsiva, una personalidad estoica y analítica, y eso se refuerza con la narración en off que el propio Oscar Isaac va narrando.

Llega un momento en el que Bill comienza a desmembrar los secretos de los juegos de cartas que realiza durante la película, y por un momento Schrader te da ligeras pistas que se tergiversar en trampas sobre lo que podría ser la trama principal. Pero en el momento en el que Bill conoce a Cirk (Tye Sheridan) es cuando realmente la trama toma un rumbo claro y se desvela el verdadero subtexto de la película.

Debajo de las primeras capas visuales de la película, es decir: los juegos de póker, el análisis de la estrategia en las cartas y las giras por los casinos de Estados Unidos. Se encuentra el verdadero motivo de la historia: la crítica al excesivo abuso militar del gobierno de Estados Unidos, en contra de los prisioneros. Algo que ha afectado de manera directa a los personajes principales de la historia, incluso el mismo Bill es un reflejo de lo mucho que puede llegar a trastornar la mente el ser testigo de esos abusos, demostrando así, que, aunque una persona se aleje por completo de esa vida y se dedique a ganar miles de dólares en los casinos, no habrá manera de escapar del pasado atormentador que vivió.

Oscar Isaac como William Tell está totémico en el papel principal, entrega una actuación a la altura de las circunstancias, un desarrollo de personaje que recuerda a Al Pacino en sus mejores momentos y que se asemeja a la enigmática presentación de Ryan Gosling en Drive (2011). Lo que Paul Schrader hace con el personaje de Bill es sumamente interesante, presenta lo justo del protagonista para que el público se interese un poco sobre él y conforme avanza la película va develando poco a poco sucesos que hacen Bill tenga justificación por su comportamiento en el presente.

Mención especial merece Tye Sheridan como Cirk, quien está irreconocible y que a mi parecer no había brillado tanto en una película desde Ready Player One.

Hay un momento en la película, en la que Paul Schrader hace una distorsión brusca de la imagen, justamente en los flashback caóticos y referentes a la tortura militar, que reflejan en el espectador una imagen bastante irreal y extraña, pero que funciona como un espacio de inmersión ficticia hacia el eje central de la trama, y el director hace largos recorridos con esa distorsión angular, lo cual a mi gusto le da un toque de personalidad y estilización justificada a la película.

La historia en sobria, enigmática, quizá de bajo perfil, pero bastante bien construido, sustentada por actuaciones de gran calidad y por un ritmo visual que le juega a favor. La esencia de Schrader es inapelable y sus símiles con Pickpocket de Robert Bresson son delicia pura para el cinéfilo. Es cine clásico producido en la época contemporánea y no me cabe duda de que si esta película se hubiera estrenado en la época del «Nuevo Hollywood» de los 70’s hoy en día sería una pieza angular del cine como muchos de los otros trabajos anteriores de Schrader.   

El Contador de Cartas en cines a partir de 24 de febrero. 

Texto: Omar Guajardo


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