El 20 de febrero de 1967, en la ciudad de Washington, Estados Unidos… específicamente en un pequeño pueblo llamado Aberdeen, cuyas calles están siempre adornadas por camiones con troncos de árbol reposando en la parte trasera de los vehículos, nació un hombre que cambiaría por siempre la industria de la música.

Antes bastaba con que una canción tuviera buena letra y mediana melodía para decir que era buena. O al revés. Podía tener mala letra y buen ritmo y superaba las expectativas de cualquiera. 

Después de la llegada de Kurt Cobain, sin embargo, todo cambió.

El chico demostró desde el primer momento que su futuro estaba en la música. Hay grabaciones en las que se le escucha cantar piezas de The Beatles en tiempos en los que no sabía ni hablar.

Nació zurdo, tenía un amigo imaginario que se llamaba Boddah, sus padres se divorciaron cuando él era muy chico, y debido a esto sus ojos azules adoptaron una tristeza genuina. 

En el colegio lo molestaban por ser muy delgado y bastante sensible. Fan de la música y del dibujo. Los ingredientes estaban dados para que al menos intentara convertirse en una estrella de rock… y lo logró. 

Pasa que nunca lo intentó.

Cuando Kurt cumplió catorce años de edad, un tío suyo estuvo a punto de regalarle una bicicleta, pero por alguna extraña razón cambió de parecer y le obsequió una guitarra eléctrica. 

Cobain encontró en ella la comprensión que el mundo le negaba.

Cansado de tocar en soledad canciones de AC/DC y Led Zeppelin, decidió formar una banda con sus amigos, pero estos eran pocos y casi ninguno tocaba algún instrumento. Igual logró convencer a dos o tres, y formó, entre varios intentos fallidos, Fecal Matter: banda con la cual grabó un demo casero y al poco tiempo se desintegró.

Fue entonces cuando Kurt Cobain conoció a Kris Novoselic: fiel devoto del punk rock. 

Le demostró algunas de sus grabaciones y él aceptó trabajar en equipo. La madre de Kris era dueña de un pequeño salón de belleza, por lo cual les permitía que ensayaran en la parte alta de dicho edificio.

En un abrir y cerrar de ojos, pasaron de practicar en el techo de una amable mujer a llenar arenas y estadios. 

Así fue como nació Nirvana… así fue como murió Kurt Cobain.

Decimos que Kurt cambió por completo la industria de la música porque antes de Nirvana, como también ya mencionamos, bastaba con que una canción tuviera buena letra o buen ritmo para ganarse un puesto importante en el top ten de la radio. 

Sin embargo, Cobain y sus composiciones iban más allá.

Sus gritos desgarradores representaban el dolor de una generación herida que ocultaba sus cicatrices detrás de falsas sonrisas. Sus guitarras distorsionadas eran un claro ejemplo de lo pretendía proyectar. Porque eran instrumentos caros que se las arreglaban para sonar como herramientas de segunda mano. Herramientas que, dicho sea de paso, acababan destrozadas, porque a Kurt le encantaba cerrar los conciertos rompiendo sus guitarras.

No era solo rock… era más fino que el punk. Tenía el impacto del pop, pero genuino. 

¿Metal?

No eran tan hombrecitos.

¿Glam?

Les daba pereza arreglarse.

¿Entonces?

Grunge… puro y llano grunge.

Hoy se cumplen 27 años de su muerte.

Seguro las tapas revivirán el mito ese de: ¿Quién mató a Kurt Cobain?, porque en verdad hay argumentos para pensar que alguien lo asesinó y no se suicidó, como nos hicieron creer.

Sin embargo, yo no quiero hablar de esa muerte, sino de la otra.

La que ocurrió cuando su desahogo se volvió su trabajo, y entonces el chico acabó condenado a la peor de las soledades. Esa que llega acompañada de gente que dice amarte, pero en realidad solo ama lo que haces. 

Kurt Cobain nació siendo una estrella, y el problema fue que no le gustaba el cielo.

No componía para que la gente le aplaudiera. Lo hacía porque le dolía el alma. No cantaba para que los chicos que usualmente lo agredían en la secundaria se pusieran a entonar sus canciones. Lo hacía porque estaba enojado con la vida.

A Kurt Cobain no lo mató nadie. O nadie en particular.

Lo mató el destino, que lo hizo héroe… y él no quería ser un héroe. Porque sencillamente no creía en los héroes.

Cuando todo está dicho, decir más, está de más.

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Texto: Jaime Garza 
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