Martes con mi viejo profesor

Siempre he sido más de los que leen por diversión que de los que lo hacen para aprender cosas nuevas. Sin embargo, el texto del cual voy a contarles, fue la excepción a la regla desde el primer momento.

Conocí a Mitch Albom gracias a su novela titulada: El guardián del tiempo. 

Vi que en la portada de dicho libro lo reconocían por ser el autor también de: Martes con mi viejo profesor, y dije: va. Démosle una oportunidad.

Fui a la librería y me encontré con la siguiente descripción:

Considerado por The Washington Post como el libro de memorias más vendido de la historia, Martes con mi viejo profesor narra la experiencia vivida por Mitch Albom con Morrie Schwartz, uno de sus profesores de la universidad, al que vuelve a ver por casualidad muchos años después en una entrevista en televisión, en la que se entera de que su viejo profesor sufre ELA, una enfermedad degenerativa. Albom entra de nuevo en contacto con él y le propone verse todos los martes. Durante estos encuentros, tiene la oportunidad de plantearle las grandes preguntas que siguen inquietándole y de hallar consejo y aliento para su propia vida en las sabias palabras del maestro.

De primera me hizo ruido que fuera considerado el libro más vendido en la historia de un género tan bien recibido por los amantes de la lectura. Luego me encontré con que en él, se narraba el testimonio de una persona que padeció ELA, una enfermedad que te va apagando lentamente hasta dejarte convertido en un costal de huesos. Que te quita el movimiento pero te deja el dolor. Que te vuelve completamente dependiente a los cuidados de un tercero. 

Sencillamente no pude resistirme a su lectura.

En Morrie Schwartz esperaba encontrarme con un hombre con nulas ganas de vivir y una auto compasión de dimensiones colosales.

A Mitch Albom, en cambio, lo imaginé como a un sujeto que lucharía a contracorriente para levantarle el ánimo a su viejo profesor.

No obstante, ocurrió todo lo contrario.

¿Cómo les explico que en Martes con mi viejo profesor uno llega, incluso, a sentir envidia por un hombre desahuciado?

¿Cómo les digo que no es Morrie Schwartz el que se gana tu lastima, sino Mitch Albom?

¿Pero cómo no vas a envidiar a un tipo que entendió la vida como nunca antes nadie más la había entendido?

¿Cómo no vas a sentir lástima por un sujeto que lleva a prioridad cosas tan superficiales?

Mitch Albom es un escritor, periodista, guionista, dramaturgo, locutor de radio, presentador de televisión y músico. Sus libros han vendido más de treinta y nueve millones de copias alrededor del mundo, y sin embargo, para cuando se reencontró con su viejo profesor, estaba tan ocupado triunfando en la vida que no se daba tiempo de disfrutarla.

Morrie, en cambio, era un sujeto que precisaba de poco para ser feliz.

Amaba el baile y escuchaba a la gente. Era profesor de sociología y alguna vez publicó un par de libros. Se casó y tuvo hijos. Ya de enfermo se permitía episodios de auto compasión que le confortaran el alma y después seguía en el rodeo.

Aceptó de tal forma su suerte, que incluso organizó un funeral en vida para que todos se despidieran de él cuando aún pudiera escucharlos.

Hablaba de la muerte sin sentir ningún temor, y eso no se debía únicamente al hecho de que tenía los días contados. O tal vez sí, pero no a la enfermedad como tal. No a la muerte; sino a la vida.

Por eso digo que Morrie entendió la vida como nunca antes nadie más la había entendido. 

Se despidió del mundo esbozando enormes sonrisas; ofreciéndole una última enseñanza a Mitch Albom, que sin duda alguna será su alumno más brillante. 

No por los treinta y nueve millones de libros vendidos, sino por todo lo que aprendió en casa de Morrie cada que lo visitaba.

Los martes. Porque ambos eran personas de los martes.

Cuando todo está dicho, decir más, está de más.

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Texto: Jaime Garza 
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