cultura de la cancelación

La cultura de la cancelación oculta una imperiosa necesidad de purificar egos mediante la aprobación en masas…

Vivimos en tiempos en los que una opinión sacada de contexto puede hacer que perdamos nuestros empleos.

Los internautas se han convertido en vigilantes de la moral que pasan horas enteras buscando comentarios que puedan resultar ofensivos o discriminatorios para alguien.

Esto, en esencia, debería ser positivo.

Si una persona hace algo malo, claro que debe ser juzgado.

El problema es que esta clase de juicios muchas veces se hacen con base en supuestos y criterios meramente subjetivos.

En consecuencia, no estamos cancelando a personas que hacen algo objetivamente malo.

Estamos cancelando a alguien por hacer algo que algunos cuantos decidieron catalogarlo como incorrecto.

Y es aquí donde me pregunto…

¿Cuál es el verdadero sentido de esta cultura?

¿Qué oculta?

En mi opinión, la cultura de la cancelación oculta una imperiosa necesidad de purificar egos mediante la aprobación en masas.

Y lo que es peor: se cancela a la persona, no al acto.

Porque para la sociedad parecer ser más importante castigar al individuo que sumarle al colectivo.

Queremos que quien se equivoque sufra por lo que haga.

Y está bien, pero…

¿Y el daño?

¿De qué manera dicho sufrimiento va a reparar el daño provocado?

‘Lo checamos’, te contestan. Pero nunca nadie lo ‘checa’.

Y ojo, que no estoy diciendo que no se deba castigar ciertas conductas o censurar determinados comentarios.

Prefiero ser muy enfático en lo siguiente:

Si alguien fomenta algo verdaderamente negativo, como aquel que recomienda cosas para nuestra salud sin tener el menor conocimiento al respecto, claro que merece ser silenciado.

Es necesario, de hecho.

Pero cuando el punto de referencia es la creencia o prejuicio de un determinado grupo de personas, sean civiles o religiosas, vale la pena que al menos lo cuestionemos.

¿No creen?

Cuando todo está dicho, decir más, está de más.

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Texto: Jaime Garza
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