Edgar Contreras

El 30 de enero de 1977, en una discoteca ubicada en la colonia del Valle, en San Pedro Garza García, Nuevo León, las hermanas Laura y Elda Milett conocieron a Edgar Contreras. 

Lo que este hombre les hizo, no solo conmocionó a toda una sociedad, sino que sacó lo peor de sí.

Laura y Elda eran originarias de Yucatán, pero se mudaron a Nuevo León para estudiar la Universidad en el Tecnológico de Monterrey.

Aquella noche de enero, las chicas salieron a divertirse con unos amigos. 

En la disco, conocieron a Edgar Contreras, quien se ofreció a llevarlas a casa, y ellas aceptaron, aún y cuando apenas lo acababan de conocer.

Este hecho sería señalado durante décadas por personas que vieron en Laura y en Elda, no a unas víctimas, sino a unas ‘muchachas irresponsables por irse con un perfecto desconocido’.

Mismo discurso que utilizan hoy en día para justificar lo que le pasó a Debanhi Escobar, María Fernanda o Bionce Amaya.

Esto por mencionar a algunas de las muchas mujeres que mueren día tras día en un estado que presume modernidad e industrialización, pero que es incapaz de garantizarles seguridad a sus ciudadanas.

Como si divertirse fuera tan o más grave que asesinar, como asesinó Edgar Contreras a una de esas dos hermanas y a la otra la dejó gravemente herida.

Las asaltó, violó, disparó con intención de matarlas y las dejó tiradas a su suerte en la carretera.

Edgar fue aprehendido, procesado y sentenciado.

Pero como suele ocurrir en casos como este, cuando llevaba solamente cuatro años en prisión, el entonces gobernador de Nuevo León Alfonso Martínez Domínguez, decidió rebajarle la condena.

En navidad hasta le pidió perdón.

Edgar Contreras recuperó su libertad y la disfrutó en la ciudad que lo vio nacer… que lo vio convertirse en asesino y violador, también.

Lo peor es que aún hay quienes siguen cuestionando el comportamiento de las jóvenes, volviéndolas culpables de lo que les sucedió.

En el libro Los Andamiajes del Miedo, del autor Pedro de Islas, nos encontramos con testimonios que sacaron a relucir el prejuicio que tenían algunos regiomontanos frente a los foráneos en aquellos años.

Esto fue lo que dijeron…

“Jodidas foráneas, como si nadie supiera que en su casa se comportan como niñas buenas, pero en cuanto quedan fuera de la vista de papá y mamá, se convierten en otras’’.

“Puras mentiras eso de querer estudiar en la mejor escuela, quieren largarse a la que se encuentre más lejos de su casa, donde sean unas desconocidas y se sientan más libres de hacer lo que se les venga en gana”.

¿Ven lo que yo veo?

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Texto: Jaime Garza 
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Crimen y Café

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