Feliz Día Internacional de la Mujer

En algún lugar del mundo, una mujer le ganó al despertador y se levantó sumamente emocionada porque al fin le darían ese ascenso por el que tanto había trabajado. Sin embargo, al llegar a la oficina, el tipo de recursos humanos cerró la puerta y la observó con morbo. Caminó hasta ella y le arrojó un piropo. 

—Gracias —respondió con timidez.

Él se relamió los labios y se acercó aún más a ella. Puso su mano sobre la pierna de la mujer y ésta gritó, espantada.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó el director, que entró abruptamente.

Lo que sucedía era evidente. 

El de recursos humanos estaba intentando sobrepasarse con la chica, pero como ella se apellidaba García y el otro Arruabarrena (y el García pesaba menos que el Arruabarrena en esa oficina), se hicieron de la vista gorda y el director cerró la puerta.

La muchacha tenía dos opciones: o cedía ante la propuesta indecente de quien tenía la facultad para aprobarle o denegarle el ascenso, o salía con la frente en alto de su despacho y presentaba su renuncia. Después una denuncia que acabaría en nada, porque a los que imparten justicia el Arruabarrena les asusta más que el García.

Optó por lo segundo, y la ilusión se convirtió en amargura. 

A unas cuantas cuadras de aquél lugar, una chica de diecinueve años se puso su vestido favorito y sonrió de esta a oeste. Le dio un beso a mamá y después a papá. Abrazó incluso a ese hermano pequeño con el cual no se llevaba nada bien y jugueteó con el perro sin importarle que la semana pasada le arruinó las zapatillas.

—No regreses tarde, cariño —le rogó la madre.

—¡Pero es mi cumple, ma! —refutó ella.

—Deja que la niña se divierta, Rosa —intervino el padre.

—¡Pero que se ponga otra cosa! —exclamó el niño.

Los tres voltearon a verlo, extrañados.

—Parece una mujer de la calle —cerró su comentario.

La chica se vio de pies a cabeza y no encontró nada malo en su vestimenta. Volteó con cara de duda a ver a su hermano…

—¡El vestido está muy corto! —continuó—. Una mujer decente no se viste así.

La muchacha era blanca como la cal, pero en ese momento acabó roja como un tomate.

—¿Y cómo se supone que se viste una mujer decente, mocoso? —preguntó, enojada.

—Tal vez sea un mocoso, pero al menos sé que las mujeres que se respetan a sí mismas usan pantalón… o un vestido menos provocativo. Pero allá tú. Solo no te quejes si algún loco se sobrepasa contigo. Sería tu culpa.

Aquella discusión se elevó hasta los gritos; ella salió corriendo de su casa. Estaba tan molesta con su hermano… tan distraída pensando en la ofensa que él le había propinado, que no se dio cuenta de que dos chicos la seguían.

Tomó un atajo por un pequeño callejón de calles vandalizadas e iluminación dañada. Eran las nueve y treinta de la noche cuando ocurrió la tragedia.

Los hombres la acorralaron. Uno la sometió y el otro la desvistió. Ambos tuvieron sexo con ella y la dejaron tirada en el piso; con el cuerpo bañado en sangre y marcas que no se borrarían nunca más. 

Porque las heridas corporales sanarían mañana o pasado. Las mentales perdurarían siempre, igual que la advertencia de su hermano.

—¿Fue mi culpa? —se pregunta. 

—Sí —se responde—. ¡Claro que fue tu culpa!

Del otro lado del mundo una muchacha de veintiún años se paró frente al espejo e intentó sonreír. No pudo, sin embargo. Porque si bien estaba a punto de casarse y el vestido blanco le quedaba de maravilla, el novio con el cuál iba a compartir el resto de sus días ya no era el amor de su vida.

—¡No le puedes hacer esto a Manuel! —le prohibió su madre la noche anterior.

—¿Acaso escuchaste lo que te dije?

—Sí. Me dijiste que tuvieron una discusión y que Manuel se acaloró de más. Los novios discuten, Florecita. Son cosas que pasan.

—¡Te estoy diciendo que me golpeó!

—¡Porque te vio platicando con otro muchacho!

—¡Con un amigo!

—¿Y qué hace una mujer comprometida hablando con otro hombre que no sea su novio o su marido?

—¿Qué acaso no puedo tener amigos?

—¿Tú me conoces a algún amigo? Jamás he hablado con un hombre que no sea tu padre. Ni siquiera con tus tíos. Y cuando hablamos, es porque él está ahí conmigo. Una mujer decente no tiene nada qué andar haciendo hablando con amiguitos. Mucho menos días antes de su boda.

—¿Según quién? ¿Por qué Manuel sí puede irse de parranda todos los viernes… bailar con desconocidas y yo no puedo tener una simple plática con un amigo de toda la vida? ¡Que para colmo es también amigo de él!

—Según la vida, señorita. Porque él es hombre y tú una dama. No somos iguales.

—Si el matrimonio funciona así, me niego a casarme.

—No puedes.

—¡Él no puede pegarme e igual lo hizo! Si mi amigo no hubiera intervenido…

—¿Le permitiste que interviniera?

—¡Yo no le permití nada! ¡Él vio que Manuel se me vino encima y lo detuvo!

—Ese muchacho no tenía por qué meterse. Son problemas de pareja, y…

—¿Sabes qué? Olvídalo, mamá. No me caso y punto.

Flor intentó abandonar la habitación, pero los hombres que Manuel mandó a que la vigilaran lograron interceptarla en el pasillo.

Flor y Manuel acabaron por casarse. 

De esto han pasado cincuenta años. Ella todas las noches intenta dejarlo, pero algo sucede que siempre termina regresando. Primero los hombres que él le puso a su cuidado; después la dependencia a ese criminal que le hace mucho daño, pero a quien necesita… a quien cree necesitar para seguir con vida.

¿Feliz día internacional de la mujer?

Falta mucho para que nuestras mujeres del mundo sean felices…

Cuando todo está dicho, decir más, está de más.

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Texto: Jaime Garza 
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