Taco machete

Al poner el primer pie en el aeropuerto de Monterrey se auto proclamó El Taco Machete con el afán de olvidar su nombre. Fanático de la Avanzada Regia pero originario de Jalisco. De familia tequilera, pero amante del mezcal. Rico de segunda generación aferrado a ser humilde. Llegó a Nuevo León con dos objetivos: olvidar el pasado e iniciar el mejor puesto de tacos estilo Arandas en el norte del país.

Por dos noches durmió en la central de autobuses para mantener su valor neto en mil doscientos pesos y no bajarlo a cuatrocientos. El tiempo le daría claridad, pensaba. No tenía un plan esquematizado, ni siquiera un bosquejo para no caer en la vagancia. Enfrentaba los días sin temor a perder, pues lo que había por perder ya estaba perdido.

Al tercer día se instaló en un hostal de mala muerte en Villagrán, muy cerca de lo que fue el bar Sabino Gordo, pagaría una cuota de ciento cincuenta pesos la noche en lugar de la tarifa original de doscientos cincuenta por un convenio con el encargado. Era buen negociante. Descubrió una técnica de convencimiento infalible compuesta por los siguientes pasos:

Paso 1: Solicitar una habitación o producto por un costo menor al solicitado

Paso 2: Tolerar la negativa del empleado

Paso 3: Callar

Paso 4: Mirar fijamente al empleado

Paso 5: Caminar hacia la salida

Paso 6: Regresar al mostrador

Paso 7: Abrir un poco la boca para simular una opinión

Paso 8: Callar

Paso 9: Esperar a que el empleado pregunte qué quiso decir

Paso 10: Callar

Paso 11: Escuchar las razones del empleado para no dar un precio más bajo

Paso 12: Callar

Paso 13: Dejar que el empleado se convenza con sus propias palabras que dar un precio más bajo es mejor a tener una habitación vacía

Paso 14: Tomar la habitación o producto

Sí, convirtió al silencio en su amigo. En el pasado habló, habló y volvió a hablar, nada salió bien. Concluyó en que callar le funcionaba mejor. Entendió que las personas hablan de más y no escuchan, se escuchan. Era su nueva arma para conseguir lo que quisiera, escuchar para sobrevivir, en otra vida fue psicólogo.

Durante una semana escuchó a quien se le atravesara por el centro de Monterrey; vecinos ruidosos que no querían dormir por el miedo a enfrentar el día siguiente, cantineros habitantes del jetlag por el horario nocturno, chulos intentando justificar sus medios por el fin, un listado interminable de gente dispuesta a soltar las tripas en cada fonema. Taco Machete escuchó y siempre obtuvo algo de ellos, una moneda, un taco o un trago.

Por las noches disfrutaba de la música, su canción favorita era “De perros amores” de Control Machete, los consideraba los máximos exponentes del hip hop en México, cinco peldaños arriba de Cartel de Santa y diez de Santa Fe Klan.

El pasado del ‘Taco Machete’

La música y el historial de su familia en la industria taquera en Jalisco fueron la fórmula perfecta para su cambio de nombre. Antes de llegar a Monterrey, trabajó exitosamente durante 10 años para la empresa familiar Tacos Aguilar, una taquería tradicional originaria de Arandas que se extendería por toda la perla de Occidente en los 2000’s. Durante esos años, manejó exitosamente cinco sucursales al sur de Guadalajara y realizó por gusto el trabajo de taquero, es decir, no sólo administraba, preparaba y despachaba. El sello de la casa era cortar el pastor con un machete, lo que le valió una fama inmediata, sin embargo, todos le conocían por su nombre, Héctor Aguilar, le mencionaban seguido a su homónimo Héctor Aguilar Camín, lo que le hizo odiar el nombre.

Se casó el 20 de noviembre del 2003 a los 22 por puro amor, a esa edad, la mayoría se echa el lazo por la obligación de un embarazo, pero él estaba convencido del romance a la antigua con un toque a la contemporánea, es decir, intentaba mezclar lo mejor de antes y de ahora. Claro, falló en más de una ocasión, pues las relaciones son más complicadas que resolver una ecuación de Navier-Stokes. Por 17 años estuvo felizmente y unos pocos días infelizmente casado, sin hijos, pues Carlota, su esposa, nunca quiso tenerlos, a él no le molestaba.

Además del machete, era conocido por su salsa de chile morita con tomatillo; se decía por las calles de Guadalajara que la primera vez que la preparó fue durante una pelea con Carlota. La noche del 5 de julio de 2007 a las 5 de la mañana, viajó a la sucursal Country a buscar nuevas recetas como terapia contra el pleito, al preparar la salsa, le salió una pequeña lagrimita del ojo izquierdo, cayó en la mezcla y la sirvió a los comensales al día siguiente. Durante el turno, cincuenta y tres clientes se acercaron para felicitarlo por la nueva salsa, como era costumbre para él, conversaba con ellos y agradecía cordialmente, sonriendo y dando una palmada del lado derecho. A partir de ese momento, por las noches escuchaba canciones tristes para llenar la salsa de sentimiento, lloró durante años sólo para darle ese toque especial.

Taco machete

En el 2020 Carlota murió de covid en el hospital del Sagrado Corazón en Guadalajara, ante el suceso, Héctor (aún no Taco Machete) vivió en piloto automático, abandonó las sucursales de Tacos Aguilar y se echó a la hamaca. Su llanto ya no era por la pasión de ofrecer un buen taco, sino por la inmensa e incomparable tristeza de perder a la única persona a la que amo. Si bien, su familia era decente con él y los comensales le saludaban amablemente, sólo Carlota conocía a Héctor.

Fueron tres años de nada, comía a la fuerza y se bañaba una vez cada dos semanas. Un día, ya en 2023, mientras escuchaba a Jumbo, algo hizo clic, hizo las maletas y tomó un avión hacia Monterrey.

El renacer del ‘Taco Machete’

El fondo de ahorro se terminó a los dos meses de llegar a regiolandia, también se le terminaron las cortesías, la técnica de negociación ya era conocida en los alrededores, entonces supo que era momento de actuar.

Se buscó un trabajo como taquero, la caminada lo llevó a El Sabor de la Noche. Con años de experiencia en la industria, ganas de distraerse y un machete recién comprado, retomó el ritmo que llegó a tener en Guadalajara, 10 tacos en 8 segundos.

Obligó a sus compañeros de trabajo a que le dijeran Taco Machete, al principio, se cagaron de risa cuando lo mencionó, pero el talento sobre el trompo le valió que le llamaran como le diera la gana, los demás miraban y se sorprendían ante la velocidad, nunca dijo su nombre real.

Trabajó por seis meses en la taquería hasta ser gerente, creció y creció, pero ya nadie lo pudo parar, Taco Machete sabía que era momento de irse para echar de nuevo la suerte con su sazón y su salsa de lágrimas.

Rentó un carrito, se valió de buenos proveedores y el resto es historia, los del Taco Machete son un éxito en el centro de la ciudad. Y si un día pruebas la salsa de morita y tomatillo, habrá un toque especial en ella, llanto, un perro amor por Carlota, un nombre falso y una sonrisa fingida.

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Texto: Fabrizio Langarica


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