—¿Acaso soy yo su custodio? —preguntó el primer asesino del mundo.

Tal vez por su manera tan a la defensiva de contestar, fue que el otro… ese ‘alguien’ que le preguntó, se dio cuenta de que, minutos antes, con los celos a flor de piel, él…

¿Quién hace a los asesinos?

¿Dios?

¿O será que los asesinos no nacen siendo asesinos, y que más bien es la sociedad la que se encarga de corromperlos?

¿Seremos nosotros, los que conformamos esta sociedad, los culpables de que en las calles haya seres tan perversos, capaces de arrebatarle, a un tercero, lo único que verdaderamente tenemos… de lo que se supone que somos dueños, que es la vida?

Los contextos siempre importan… me parece.

Y los contextos de alguna manera bautizan o dan nombre a los asesinos.

Hay asesinos que matan por dinero. A ellos se les llama sicarios.

Otros matan por impulso. A estos se les conoce como asesinos pasionales… aunque a mí me da la impresión de que todos los asesinos son pasionales.

También están los que matan por accidente, y a ellos la ley prefiere llamarlos negligentes.

Luego están los que matan mujeres; ellos son feminicidas.

Los que matan niños se llaman infanticidas, y ya mejor ni le sigo que la lista no termina.

El primer asesino del mundo, mató por venganza, aunque en los registros hay quienes aseguran que mató por celos.

Para el caso es igual: el hombre fue un homicida pasional.

Fue hijo de la curiosidad. Su madre era una de esas mujeres que sentía una especial atracción por lo prohibido.

Tan atraída se sentía por lo que ‘no se podía’, que a la fuerza hizo que se pudiera algo que no se debía, condenando a todas las mujeres de la humanidad.

Su padre era labrador de tierra… como él.

Un hombre noble. Tan noble, que no solo le perdonó la curiosidad a su mujer, sino que la secundó, condenando también a todos los hombres del mundo, aunque ellos, sabrá Dios por qué, la pagan menos caro que las damas.

Este asesino, al igual que su hermano, su padre, su madre y todos los que habitaban en ese mundo recién nacido, le rendían cuentas a un ser supremo que les pedía sacrificios, sabrá él si para saciar alguna necesidad o para alimentar su ego.

Y entre los sacrificios, como los padres frente a los hijos, aunque decía que no, claro que tenía sus favoritos.

Prefería la carne del cordero que los cultivos, motivo por el cual Caín, siendo labrador de tierra, al sentirse despreciado por el ser supremo, se enfermó de celos y mató a Abel: su hermano, a quien sí le aceptaron sus ofrendas, que eran carne y grasa de ovejas.

—¿Dónde está tu hermano? —le preguntó Dios a Caín, luego de rechazarle el fruto de sus cultivos.

—¿Acaso soy yo su custodio? —preguntó el primer asesino del mundo.

Tal vez por su manera tan a la defensiva de contestar, fue que el otro… ese ‘alguien’ que le preguntó, se dio cuenta de que, minutos antes, con los celos a flor de piel, él golpeó hasta la muerte a su hermano Abel.

El instrumento que utilizó Caín fue una quijada, pero fue la furia, la envidia, los celos y la venganza lo que lo motivó a hacerlo.

Dios, que todo lo ve, cuando le preguntó a Caín por su hermano Abel, ya estaba al tanto de lo que había sucedido.

Hay quienes dicen que le preguntó para ver si hallaba arrepentimiento y entonces otorgarle el perdón.

Otros aseguran que su cuestionamiento fue una suerte de tortura, como lo torturó cuando le rechazó las ofrendas y lo condenó a vivir por siempre con una marca en el rostro, sufriendo una y mil veces la culpa de haberle cortado los días a su hermano.

Aunque en el fondo, si lo pensamos bien, tal vez Caín no fue quien mató a Abel.

Capaz fue Dios quien quiso deshacerse de él, y por eso hizo enojar al hermano.

¿Cuándo se ha visto que un Dios se ensucie las manos de sangre?

Y eso nos regresa a la primera pregunta:

¿Quién hace a los asesinos?

¿Dios?

¿Qué acaso no fue ese mismo Dios el que le pidió Abraham que asesinara a su hijo Isaac?

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Texto: Jaime Garza 
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