Mucho se habla de la globalización en el deporte. Más específicamente en el fútbol.  Las cantidades estratosféricas que se pagan últimamente por futbolistas de calidad no muy comprobada nos tienen vueltos locos, incluso se habla también de cómo esto afecta a futbolistas de temprana edad que se ven forzados a abandonar a sus familias y lugares de origen, alejándose desde muy jóvenes, persiguiendo sueños que quizá no tengan la oportunidad de cumplir. Pero, ¿qué pasa cuando sucede de manera opuesta? ¿Qué ocurre cuando el afectado por esta clase de situaciones es el club (o los clubes en este caso) y el flagrante vencedor es el futbolista? Ésta es la historia de Carlos Henrique Raposo, el llamado “Futbolista más tramposo de todos los tiempos”.

Es cierto que una mentira no se hace verdad ni sabiéndola llevar, esta historia no es la excepción, aunque bien debería ser merecedora de no una, si no varias películas o libros de antología como simple reconocimiento. Raposo nació en Río de Janeiro en el año de 1963 (según dicta su acta de nacimiento, triste seria que nos mintiera en eso también) y fue futbolista profesional durante 20 años sin saber siquiera dar un pase o patear bien una pelota. Se codeó con leyendas del balompié como Ricardo Rocha (ex-futbolista del Real Madrid), Edmundo, Renato Gaucho, Romario, Bebeto y muchos otros más.

Era un tipo alto, de una complexión física tremenda, un pecho que parecía la espalda de muchos otros hombres de la época y no menos de 1.88 de estatura, por su enorme parecido a Beckenbauer fue apodado como “El Kaiser” en el mundo del fútbol. Al menos así sería coreado por varias hinchadas alrededor del mundo.

Es importante saber cómo se gestó esta red de mentiras. Raposo, a sus 23 años de edad era amigo de Mauricio, grandísimo ídolo en Botagofo. Entre copas y bromas el Kaiser le dijo a Mauricio que si podía conseguirle un contrato en el equipo. Se sentía listo para las grandes ligas, no quería trabajar en el club como masajista o recogepelotas. Quería ser jugador.

A este punto de la historia, se comenzaban a adquirir colores y tonos hasta un tanto ridículos. Lo más increíble es que Botafogo SI lo contratara. Tenía que jugar pero ¡No sabía pegarle a la pelota! Fácilmente encontró una solución a esto, Raposo iba a entrenar y a los 15 o 20 minutos de estar corriendo fingía una lesión en el muslo, algún tirón quizá y pedía ir a la enfermería. Duraba 15-20 días lesionado y en esa época no existían las resonancias magnéticas, por tanto, no había forma de esclarecer la verdad sobre estos hechos. Cuando pasaban los días tenía un dentista amigo que le daba algún comprobante, algún papel certificando que seguía teniendo problemas físicos. Y así dejaba pasar los meses. Botafogo creía tener un crack en sus filas, pero era objeto de mucho misterio y dicho sea de paso de mucho infortunio debido a tanta “lesión”.

Pese a no jugar un solo minuto con Botafogo, el año siguiente fue fichado por el Flamengo (donde compartiría vestuario con Renato Gaucho). El mismo Gaucho recuerda: “Kaiser era enemigo declarado del balón. En el entrenamiento pedía que algún compañero le hiciera una dura entrada, y de inmediato se marchaba cojeando a la enfermería.

Gaucho también cuenta que Raposo llegaba al entrenamiento con un enorme teléfono celular (dada la época, esto era muy poco común) y nunca nadie se dio cuenta que este era de juguete. Llegaba en su carro de diario fingiendo que su automóvil de lujo estaba en el taller y fingía hablar inglés con dirigentes y representantes de clubes europeos que querían ficharlo. Duró en Flamengo un año entero sin jugar un solo minuto.

Tenía un carisma tremendo. La mayoría de los futbolistas de esa época no solían dar entrevistas o hablar con la prensa. Raposo era lo total opuesto a eso. Cronistas y periodistas estaban encantados con el jugador y lo presentaban en cada artículo como un crack, un diamante en bruto con muy mala suerte en cuanto a las lesiones. Gracias a estos buenos artículos de la prensa, llego a jugar a México.

Fue al Puebla. Los camoteros le ofrecieron un contrato de 6 meses en el que claro, no jugó ni un solo segundo. De ahí cruzó la frontera y arribó al (aquel entonces) desabrido futbol de Estados Unidos firmando para un club semi-profesional de El Paso, Texas. Tampoco pisó el césped. El mismo Kaiser cuenta: “Firmaba el contrato de riesgo, solo 6 meses, el que el club quisiera que todos los jugadores en prueba firmaran pero nadie lo hacía. Recibía las primas del contrato y me quedaba allí en ese periodo de tiempo evadiendo jugar”.

En 1989 firmó para el Bangú, lo que significaría su vuelta a casa, a Brasil. Ahí estuvo a punto de iniciar verdaderamente su carrera. El director técnico lo convoco en la lista antes del partido para estar de inicio. La mentira de la lesión no tomó forma correcta y el estafador más grande de la historia se estaba viendo en aprietos. Sacó de su manga una treta muy barata pero que al final le causaría que se fuera con la suya. Durante el calentamiento se peleó a golpes con un aficionado del equipo rival. El árbitro por normativa lo expulsó y por ende, no pudo debutar. El técnico furioso fue a verlo al vestuario. Raposo le dijo una frase: “Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre que es usted míster, no dejaré que ningún boca floja lo insulte como aquel hincha al que yo le pegué”. El DT conmovido hasta las lágrimas le dio un beso en la frente y pidió que le renovaran al jugador por 6 meses más de contrato.

Su carrera no terminó ahí. Pasó por América, Vasco de Gama y Fluminense. Siempre sin jugar un solo minuto. Años después explicó cual era el truco para que los jugadores pidieran personalmente a los directivos que ficharan al Kaiser. “Nos concentrábamos en un hotel. Raposo llegaba un día antes con diez mujeres y alquilaba habitaciones del piso debajo a donde estaba el plantel. De noche, técnicamente nadie huía de la concentración, solamente bajaban las escaleras y nos divertíamos” cuenta Ricardo Rocha, otro de sus amigos y quien llegó a ser seleccionado nacional para la verde amarelha. “Es un amigo como pocos, y una persona que todo mundo debería conocer, pero no juega ni a las cartas. Nunca lo vi jugar un partido, muy pocas veces siquiera tocar un balón con los pies. En una disputa entre quién es más mentiroso, Pinocho perdería con el Kaiser”.

Infografía de Kevin Domínguez, Kaiser Magazine

Después de salir del Fluminense, fichó también con Guaraní y Palmeiras. Irónicamente el “futbolista” quería tener su experiencia europea. Firmó con el Ajaccio de Francia. Le hicieron una presentación de bienvenida equiparable a la que el Bernabéu le dio a Cristiano Ronaldo. Él la recuerda: “Era un estadio muy pequeño, no podía compararse a los monstruos gigantes que veía en Brasil, pero estaba lleno de hinchas. Había infinidad de balones con los que se supone tenía que entrenar, pero si lo hacía se iban a dar cuenta que era pésimo con el balón en los pies. Empecé a agarrar pelota por pelota y se las pateaba a los hinchas como ‘obsequio’ mientras besaba el escudo y la camiseta. Los aficionados estaban vueltos locos. Habré pateado unos 50, no quedó ni uno solo”.

Se encariñó tanto con el club que por él, una vez, jugó veinte minutos. En el primer pique hizo como si se hubiera desgarrado la pantorrilla pero pidió seguir en el campo por amor a la camiseta. Los hinchas deliraban y se decantaban por aquel brasileño que no tocaba la pelota pero corría cojeando por amor a su club. Raposo cuenta: “Después de tantos viajes y tantos años de carrera, no me arrepiento de absolutamente nada. Los clubes engañan mucho a los futbolistas, alguno tenía que cobrárselas y me da gusto haber sido yo”.

Actualmente es entrenador personal, y su mayor mentira es la historia donde cuenta que fue campeón del Mundo en 1984 jugando para Independiente.  “Estuve 6 partidos en el club”, cuenta. “Jugamos la final en Tokio contra el Liverpool. La Intercontinental fue mi mayor título”.

Es cierto que Independiente ganó esa final pero el conjunto rojo tenía en sus filas al Bocha, Burruchaga, Percudani, Trossero, pero ningún Raposo. Ni en el banco ni en la delegación, mucho menos en la hinchada. La FIFA dice que pasó por más de 11 equipos en 20 años, pero sus registros solo muestran 14 apariciones en el campo de juego. Un record delicioso para un estafador como muy pocos. Quizá la cereza del pastel hubiera sido la convocatoria a un Mundial. De otro planeta en verdad.

Texto: Poyo Contreras

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