Si algo caracteriza a todos los regiomontanos, a la par del cabrito y la carne asada, es la pasión que sienten por sus equipos de fútbol, al grado de que prácticamente todo gira alrededor de la famosa rivalidad entre Tigres y Rayados.

Durante muchos años, la alegría de ambas aficiones se limitaba a ganar el Clásico Regio y ver si allá a la quinientas se lograba clasificar a la Liguilla, aunque una vez instalados en la fiesta los despacharan a la primera.

Y la rivalidad no se limitaba a 90 minutos de juego. 

Se vivía todos los días en la radio y en la TV; en las calles, en la escuela y en el trabajo también.

Sin embargo, ahora que Tigres y Rayados atraviesan por un mejor momento, al punto de que la exigencia es salir campeón torneo a torneo, uno pensaría que la rivalidad se viviría de una manera diferente. Que los aficionados crecerían a la par de sus equipos… pero no.

La plaza sigue siendo igual o más caliente que antes. Eso no ha cambiado. Lo que se ha abaratado, es el dialogo. 

Ese debate que antes consistía en ver quién era mejor, si Guille Franco o Walter Gaitán… si Humberto Suazo fue mejor que Gignac, hoy se ha convertido en un eterno: ‘vale o no vale’.

Si un jugador de Tigres, por ejemplo, se burla de la afición de Rayados, los felinos aplauden como focas dicha situación y los de azul y blanco lo tachan de antideportivo.

Pero si a la semana siguiente es el jugador del Monterrey quien se burla de la afición felina, los papeles se invierten sin respeto a la congruencia.

Y ojo, que no se trata de aplaudir al contrario ni de perjudicar a los propios.

Está bárbaro que aplaudas el colmillo de los tuyos y que hasta te dé gusto si al archirrival le va mal.

Lo que me parece ridículo es modificar el discurso con base en si algo beneficia o no a los tuyos.

Se puede vivir la rivalidad al máximo, eso me parece fabuloso.

Pero cuidado con faltarle al respeto a la razón.

Texto: Jaime Garza 
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LA PLUMA DE JAIME GARZA

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