Meritocracia

Durante muchos años crecimos escuchando cosas como: El pobre es pobre porque quiere… Cada quien tiene lo que merece, y nadie decía nada, porque nos regía la meritocracia.

En los últimos años, no obstante, a la par del crecimiento de las redes sociales y quizás debido a ello, descubrimos que la vida no siempre es así.

Que dos personas que se esfuerzan por igual, no necesariamente obtienen la misma recompensa.

Suena crudo, pero es real.

No todos cuentan con las mismas posibilidades. Hay quienes ni siquiera pueden satisfacer sus necesidades básicas, como dormir bajo un techo seguro o comer tres veces por día.

Eso repercute en la forma en la cual cada individuo se desenvuelve dentro de una misma sociedad, por mucho que nos esforcemos en ocultarlo.

Todo esto es verdad, y sin embargo, también me parece sumamente peligroso venderle a un niño la idea de que en esta vida el mérito no tienen ningún valor, porque a veces sí alcanza con esforzarnos.

En muchos escenarios la meritocracia es el reflejo de lo que realmente sucede.

En ocasiones, por increíble que nos parezca, la gente sí tiene lo que merece y sufre con total justicia.

No siempre el sistema castiga al bueno ni premia al malo.

A veces, quien nace con todos los privilegios del mundo no sabe aprovecharlos y echa todo a perder.

Como también sucede al revés.

Nuestros padres y nuestros abuelos nos sirven de ejemplo.

Muchos de ellos crecieron con la adversidad respirándoles en el cuello, mal comiendo, mal durmiendo, mal vistiendo y mal viviendo.

¿Qué hicieron?

Trabajaron duro y salieron adelante.

La meritocracia les rindió justicia y cambiaron el tejaban por la casa; el hambre por el lujo.

Debemos ser conscientes de que muchas veces la vida no es justa, sí, pero también debemos tener en claro que vale la pena esforzarnos, porque el mérito no es invento.

Hacer las cosas bien no nos garantiza que vamos a vivir bien, pero seguro nos acerca.

Cuando todo está dicho, decir más, está de más.

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Texto: Jaime Garza
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