LA PLUMA DE JAIME GARZA

Resulta muy difícil hablar del ayer sin arrojar algún suspiro. Estamos tan acostumbrados a la melancolía y a la nostalgia, que nos tragamos el cuento ese de que el pasado era mejor, sin antes hacer nuestro propio análisis de las cosas. 

Anhelamos, sin darnos cuenta, tiempos plagados de injusticias y baches sociales que hoy si bien no están completamente arreglados, están mejor que antes.

Hay algunas excepciones, claro está. Y a continuación explico dos:

Seguridad

A menudo nuestros abuelos nos platican que ellos dormían con ventanas y puertas abiertas. Que incluso entre bandidos había ciertos códigos, y que los respetaban a cabalidad. 

Nuestros padres iban a bares, y el tema no pasaba de un pleito entre borrachos. 

Nuestras madres hacían pijamadas con sus amigas sin temor a que en el camino fuera a pasarles algo.

A mí, incluso, con tan solo veintisiete años me tocaron esos tiempos en los que se podía jugar libremente en el parque. 

Eran días en los que los asaltos sucedían, pero no tanto. ¿Balaceras? Casi nunca. ¿Secuestros? Algunas veces. ¿Asesinatos? ¿Colgados? ¿Casinos quemados? 

No. Definitivamente no. O sucedían pero los involucrados eran casi siempre gente que estaba metida en el negocio (o eso nos hacían creer). La sangre que corría rara vez correspondía a personas inocentes.

Economía

Muchas veces hemos escuchado a nuestros padres narrar sus titánicas trayectorias laborales. Mi madre, por ejemplo, trabajó desde muy chica. Empezó envolviendo regalos, y para los dieciocho años ya había juntado lo suficiente como para comprarle una casa a mis abuelos.

Lo suyo es sin duda alguna un ejemplo a seguir. Y como el suyo hay muchos. Sin embargo, existe también algo que es justo destacar (sin afán de restarle mérito a su extraordinaria labor). Y es que antes la vida costaba menos y uno podía aspirar con mayor facilidad a mejores sueldos.

La preparación iba de la mano de una mejora económica. Igual el esfuerzo. Si estudiabas mucho, lo normal era que encontraras un buen trabajo y por ende ganaras bien. Si trabajabas mucho, tus funciones implicaban mayores esfuerzos, pero la recompensa monetaria equilibraba la balanza

Hoy hay quienes estudian mucho y no encuentran trabajo. Otros trabajan mucho y no ganan tanto.

Alguien me sugirió que incluyera también aspectos como el medio ambiente, los valores, la unión familiar y la estabilidad.

No obstante, a cada uno de esos puntos les hallé inconvenientes que me permito enumerar y explicar.

Medio ambiente

Es verdad que antes se respiraba aire más limpio y que en sí no había tanta contaminación. Mas ello no era resultado de una correcta forma de vida ni de hábitos que impulsaran el cuidado al medio ambiente, sino todo lo contrario.

Les tocó respirar aire fresco, sí. Había menos contaminación en calles y mares, también. Pero hicieron hasta lo imposible para ensuciarlo todo y ahora nosotros lo pagamos .

Valores

Es verdad que ahora los niños no respetan a los adultos mayores y que a veces son groseros hasta con sus padres. Pero… ¿y si tienen alguna razón?

Crecimos con la cultura de: no te vistas así frente a la abuelita, porque no le gusta. No digas ésta palabra frente al abuelo, porque le parece mal. No le contestes a tu tía. No te pelees con tu tío. El maestro siempre tiene la razón. Haz caso. Agacha la cabeza y pide perdón. Respeta a tus mayores. Sobre todo eso: respeta a tus mayores.

Insisto: ¿y si tienen alguna razón?

Jamás solaparé la falta de respeto. Como catedrático, me considero un defensor asiduo de los modales y la educación. Mas ambos elementos son el resultado a una forma de ser tratados. Es un acto reactivo: soy como eres conmigo. Y si no me quiero rebajar a tu nivel, mejor me voy.

¿Que antes había más valores?

Sí. 

¿Y eran buenos esos valores?

No todos.

Unión familiar

Los matrimonios antes duraban muchos años. El divorcio, incluso, era visto casi como un sacrilegio. Los hijos respetaban a sus padres, y entre hermanos se llevaban bien.

Yo no vengo a aplaudir la falta de compromiso. Me parece una barbaridad casarte bajo disposición de divorciarte ante el primer problema. Tampoco veo bien que seas un ingrato con tus padres ni que te olvides de tus hermanos. 

Pero a su vez estoy en contra de quienes aguantaron cincuenta años de casados sin importar que dentro de ese vínculo sobraron los engaños y los maltratos. No estoy de acuerdo con esos padres que se meten de más en la vida de sus hijos y pretenden que les perdonen todo; que les paguen el favor de haberlos traído al mundo aún y cuando ellos jamás supieron jugar bien su papel. Y entre hermanos pasa lo mismo. Los lazos sanguíneos son fuertes, sí. Pero también pueden ser tóxicos. Y a la toxicidad conviene tenerla siempre lejos de tu vida.

Entonces no. Esa unión familiar que tanto presumen, no termina por convencerme.

Estabilidad

Confieso que en un principio no entendí muy bien a qué se referían con eso de la estabilidad. Pregunté a una persona y me ofreció una mezcla de todo lo anterior. Me citó que ellos en sus tiempos duraban muchos años en un mismo trabajo y que los matrimonios eran para toda la vida. Yo le refuté diciendo que antes había trabajos que valoraban bien la antigüedad y que ahora ni siquiera podemos aspirar a una pensión. Y en cuanto al matrimonio expuse eso de que antes duraban muchos años porque el divorcio no era una posibilidad; la mujer prácticamente no opinaba y al hombre se le perdonaba todo.

Medio aceptó tales argumentos. O hizo como que los aceptó y me sacó una baraja que yo no me esperaba…

—Antes nosotros estábamos bien con nosotros mismos. No necesitábamos de terapias ni de cosas de esas. Salíamos adelante porque no había de otra. No había tiempo para sentarnos a llorar.

Se refería a la estabilidad emocional.

Mientras pensaba en mi respuesta, me permití observarlo con detenimiento. 

Más allá del semblante cansado y la piel deteriorada, encontré a un hombre frustrado que llevaba muchos años ocupando un lugar en el mundo; pero pocos viviendo.

Me invadió una suerte de tristeza difícil de explicar. Porque el tipo no solo se veía mal, sino que parecía estar convencido de que no estaba mal, y eso me pareció peor.

Antes nosotros estábamos bien con nosotros mismos, dijo. 

Citó cómo su padre llegaba borracho y maltrataba a su madre sin que él pudiera hacer algo para evitarlo. 

No necesitábamos de terapias ni de cosas de esas. Salíamos adelante porque no había de otra, agregó.

Intentó convencerme de que trabajando se olvidó de su pena, pero el dolor seguía vivo en sus ojos. Los puños apretados lo confirmaron todo.

No había tiempo para sentarnos a llorar, cerró.

Después lloró. Lloró mucho y me abrazó con fuerza. 

—No, muchacho —me dijo sollozando—. El pasado no era tan bonito como lo pensamos.

Cuando todo está dicho, decir más, está de más.

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Texto: Jaime Garza 
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