casa sin espejos

—¿Qué sentiste cuando mataste a tus hermanos?

—Yo no los maté. Es increíble que puedas seguir con el cinismo.

—Lo mismo digo.

¿En qué momento esto se convirtió en un pleito de pareja? Mi nombre es Mariano, y ésta es mi historia…

Nací en una de esas familias abandonadas por la suerte. Tengo dos hermanos, aunque solo convivo con uno. Papá y mamá se divorciaron cuando yo era muy chico, francamente no conozco los motivos. Desde niño me gustó la escuela. Era de esos alumnos prodigios con dudosa disciplina. Mi nombre estaba en el cuadro de honor; también en la lista roja de Dirección.

—¿Por qué no me ves a los ojos?

—Porque no tolero la mirada de un asesino.

—Ahora lo entiendo.

—¿Qué?

—Ahora entiendo porque tu casa no tiene espejos.

Cuando entré a la preparatoria, descubrí que tenía talento para salir en Televisión. Compartía programa con unos amigos, hablábamos de todo: música, cine o cualquier tema de moda. Estuvimos poco tiempo al aíre. El último episodio lo grabamos en una fiesta de quinceaños. Ahí te conocí.

—¿Por qué me haces esto?

—Solo digo la verdad, joven.

—Sabes que no. Te salvé la vida, Vanessa. Di la verdad. Nada te va a pasar.

—Yo…

Han pasado dos años desde que nos conocimos. ¿Quién diría que en aquella fiesta hallaría al amor de mi vida? Me gustaste desde el primer momento, aunque fuiste tú quien dio el primer paso…

—¿Siempre eres así de serio?

—Solo cuando estoy nervioso.

—¿Te pongo nervioso?

—Tus ojos lo hacen.

—¡Que lindo! Me llamo Susana…

—Yo Mariano.

Tardamos poco tiempo en enamorarnos. Para cuando acordamos, ya habían pasado dos años. Los primeros meses fueron hermosos, pero en el segundo año se complicaron las cosas y acabamos por separarnos.

Admito que fui un idiota al robarte el celular y devolvértelo como si se tratara de uno nuevo, pero debes entenderme. Moría de celos. Y aunque nada justifique mis actos, las sospechas resultaron ciertas.

A pesar del engaño, yo estaba dispuesto a perdonarte, pero tú no estabas interesada en mi perdón. Era tanta tu furia, que me sacaste de tu vida. Y hoy escribo mientras lloro, porque a través del teclado te siento cerca. Si me dieras una segunda oportunidad…

Te necesito. 

Leo el mensaje una y otra vez, y en cada abrir y cerrar de ojos sigue apareciendo tu nombre. Me necesitas, te necesito. Nos necesitamos. Te escribo una larga respuesta repleta de ilusiones y promesas de cambio, pero tu segundo mensaje me cambia de animo.

Mataron a mis hermanos. Te necesito.

No pasaron ni quince minutos, y yo ya estaba en tu casa. Recuerdo bien esa imagen: estabas hincada y en tus brazos sostenías el cadáver de un niño que apenas comenzaba a vivir y de una chiquilla que se aferraba a una insulsa agonía.

—¿Qué pasó?

Ibas a responderme, pero un ruido desde el armario me robó la atención.

—¿Quién está ahí?

—Mariano, si en verdad me quisiste, debes de creerme.

Te mentí. No te creí, pero igual te apoyé. Hablas de un accidente, dices que no quisiste matarlos, pero la herida en el pecho indica lo contrario. Vanessa llora; tiembla al escuchar cómo me ordenas que la asesine y la tire en el río. En el fondo sabe que no seré capaz.

—Júrame que no dirás nada —le digo mientras la dejo en libertad.

—Se merece el cielo, joven. Aléjese de esa familia, que la muchacha pague por sus pecados.

—Haré lo que pueda.

—Tu mataste a tus hermanos. Desconozco los motivos, pero no estoy dispuesto a pagar por tus actos.

—Yo no asesiné a nadie. Fuiste tú quien entró a mi casa a destruirme la familia.

—¿Para qué? ¿Qué ganaría matando a dos niños inocentes?

—Eso respóndetelo tú. Tendrás muchos años para reflexionar.

Han pasado quince años desde entonces. El juez me encontró culpable, y francamente no puedo contradecirlo. Me hallaron con los cuerpos de dos niños muertos encerrados en la cajuela, poco después de haberle perdonado la vida a Vanessa. Ella me traicionó, mas no puedo odiarla. Seguro Susanna la obligó. Si fue capaz de matar al hermano para vengarse de la madre, ¿qué nos hace pensar que no pueda amenazar de muerte a una simple ama de llaves?

LA PLUMA DE JAIME GARZA

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Texto: Jaime Garza 
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