Hoy, para nuestra desgracia, al menos en el norte de México ya no hace tanto ruido la palabra homicidio.

Se puede decir, incluso, que es hasta ‘normal’ escucharla en la barra de noticias.

Sin embargo, aún en los primeros años del segundo milenio, las cosas eran diferentes.

A las personas se les ponía la piel de gallina cada que se enteraban de algún crimen atroz.

Iban con la vecina (más por espanto que por morbo), y platicaban al respecto durante horas enteras.

Después se iban a sus casas y cerraban las puertas con mil candados. 

Advertían a sus hijos de lo ocurrido y de cierta manera el temor les duraba toda la vida.

Y uno de esos crímenes que perturbó a los ciudadanos, ocurrió un 29 de enero del año 2002, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León.

Aquél día, un chico de tan solo dieciséis años, quien obedecía al nombre de Julio Castrillón Escobar, asesinó brutalmente a su amiga Ana Nassar Campos, de tan solo trece años de edad.

El homicida confesó haber dado muerte a su víctima golpeándola en la cabeza con dos mancuernas para hacer ejercicio.

Dicho acto fue llevado a cabo en la recámara de Castrillón, cuya vivienda se encontraba ubicada en la colonia San Jerónimo, en el municipio de Monterrey, Nuevo León.

Si bien es muy probable que Ana Nassar Campos haya perdido la conciencia tras el par de golpes que Julio le propinó en la cabeza, es menester mencionar lo que ocurrió después.

Porque Castrillón la hirió varias veces con un arma blanca; culminando la atrocidad amputándole un dedo de la mano, en un acto que algunos han llegado a relacionar con temas de ocultismo.

Al final arrastró el cadáver por todo el jardín y lo enterró en el patio de su casa.

Al día siguiente, Julio, que estaba en tratamiento psicológico, le comentó al especialista que había tenido un sueño muy real en el cual se vio asesinando a su amiga Ana Nassar Campos.

El psicólogo, tomando en consideración la forma y los modos en los cuales Julio narró los hechos, decidió dar parte a las autoridades, y estas ordenaron catear la residencia del homicida.

El resto es historia.

Cerca de las once de la noche del día 30 de enero, encontraron el cuerpo de Ana Nassar Campos.

Si bien muchos trataron de politizar el asunto, puesto que el padre de Julio Castrillón era militante del partido político que en aquél entonces gobernaba Nuevo León, lo cierto es que lo verdaderamente importante y desgarrador de esta historia (más allá de los mitos que se cuentan, como ese de que los padres de Julio supuestamente lo ayudaron a enterrar el cuerpo), es el hecho de que hace casi veinte años asesinaron cruelmente a una niña, y hoy el homicida, por haber cometido el acto siendo menor de edad, está en completa libertad y cuenta con todos los derechos del mundo para rehacer su vida sin importar que, ya a una edad en la cual tenía conciencia de sus actos, le cortó los días a una niña.

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Texto: Jaime Garza 
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