Así es ser conservador

Así es ser conservador en 2023

La sociedad ha decidido darle un giro de 180 grados al orden lógico y natural de las cosas, y quien tarda en entenderlo, corre peligro, no solo de que lo den por conservador, sino de que lo marginen como me marginaron a mí el viernes pasado, cuando fui a una reunión de generación con mis antiguos compañeros de preparatoria.

Teníamos más de quince años sin vernos.

Tiempo suficiente como para convertirnos en otras personas.

Pensé que la mayoría llegaría casados o con hijos, con algunos kilos encima y vistiendo como esos profesores de los que solíamos burlarnos.

Creí que, una vez comentadas las mil y una anécdotas que vivimos juntos cuando éramos jóvenes, la charla caería irremediablemente en preguntas de la vida adulta y respuestas arrojadas a mitad de un bostezo.

Juré que ‘Riopan’ sería una palabra conocida por todos, como el dolor de espalda o la necesidad de dormir ocho horas diarias para rendir bien en la oficina.

Estaba convencido, también, de que todos trabajábamos en oficinas.

Pero no…

La reunión estuvo repleta de treintañeros que vestían como adolescentes y la mayoría trabajaba en cosas muy extrañas, como hablar de la vida frente a una cámara o cobrar por visitar ciertos restaurantes.

Tenían los brazos tatuados y fumaban marihuana como si se tratara de cualquier cosa.

No soy quién para juzgar los vicios de la gente, lo sé.

Tomo alcohol desde los quince, y a mis treinta y cuatro años de vez en cuando sigo llegando crudo al trabajo, pero…

¿Drogarme?

Prefiero no hacerlo, aunque igual no veo mal a quien lo hace.

Me acerqué con mi cerveza en mano y traté de encajar con cada uno de los grupos… fracasé.

Fracasé porque cada cosa que yo decía provocaba que voltearan a verme como si yo fuera un bicho raro.

Como si al contarles de mi esposa y de mis hijos, estuviese diciendo un disparate.

En cambio, ellos hablaban de poliamores, mujeres que se concebían como hombres y hombres que se veían a sí mismos como niñas de seis años y nadie decía nada.

En cierto momento me fue imposible seguirles el cuento como si aquello fuera lo más normal del mundo.

Tratando de entenderlos, les pregunté si veían normal eso de tener muchas parejas a la vez.

También les pedí de favor que me explicaran cómo estaba eso de ser hombre y concebirse mujer; ser adulto y sentirse niño… o niña.

Me contestaron utilizando palabras muy raras.

En ocasiones cambiaban la letra ‘a’ por la ‘e’ y entonces mis dudas se volvieron infinitas.

Era como si habláramos en idiomas diferentes.

Primero, el choque de ideas generó cierta tensión en el ambiente, pero de alguna manera me seguía sintiendo parte de la ocasión.

Después comenzaron a ignorarme, al grado de que terminé completamente solo, tomando cerveza tibia en una esquina de la terraza donde nos juntamos.

Me fui sin despedirme y seguramente ellos ni siquiera se percataron de mi ausencia.

Mientras conducía de regreso a casa, pensaba en lo ocurrido.

¿En qué clase de persona me estoy convirtiendo?, pregunté para mis adentros, mientras veía mi rostro en el espejo retrovisor.

No pude no sentirme como la tía Lupe.

Esa fanática religiosa que se la pasaba juzgándonos a mis primos y a mí por la manera en la que hablábamos, pensábamos, vestíamos… vivíamos.

Hay una pequeña diferencia entre la tía y yo, claro.

Porque ella nos juzgaba de lengua para afuera, y yo los juzgo a ellos, a mis viejos compañeros de prepa, de pecho para adentro.
No me siento con la autoridad moral suficiente como para tacharlos de dementes… aunque lo pienso.

¿Estaré mal?

¿Y si en algunos años la normalidad de ellos se vuelve la normalidad de todos y ya no quepo más en la sociedad?

¿Y si eso ya pasó?

¿Me habré convertido en uno de esos conservadores que durante años critiqué a diestra y siniestra?

¿Así es ser conservador en 2023?

Así es ser conservador en 2023…

Cuando todo está dicho, decir más, está de más.

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Texto: Jaime Garza
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