rotonda de las casas
Foto: Aline Castillo / Instagram: alineoffduty

La rotonda de las casas

Dormir, ¿Quién carajo podría dormir en esta maldita casa? Todo ese ruido es un vil instrumento de tortura. Ese zumbido que lastima mis oídos, siempre está ahí. Movimiento a todas horas, en este lugar no existe un segundo de silencio. La pésima iluminación de este lugar simula el interior de un ataúd y  las cucarachas en busca de comida, esos jodidos insectos en la cocina, sus patitas retorciéndose y esas asquerosas antenas. Bajar al primer piso en las madrugadas significa encontrarse con un nido de ellas saliendo detrás del refrigerador. Intenté exterminarlas con 5 fumigaciones en un año, pero fue en vano.

Cada noche que me recuesto, maldigo la decisión que tomé al comprar esta casa, todo por ahorrar unos pesos, ¡estúpido tacaño! ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué viniste a vivir al #111 de la Rotonda de las Casas?

rotonda de las casas
Foto: Aline Castillo / Instagram: alineoffduty

El primer accidente fue hace un par de años, alrededor de las 2:00 am, era un día lluvioso y sombrío. Llevaba alrededor de tres semanas viviendo en esta casa. Recuerdo haber tomado cuatro tazas de café sin azúcar esa noche (tenía el mal hábito de beber café por las noches para terminar mis pendientes). Trabajaba minuciosamente en unos libros contables, siempre he sido muy cuidadoso y perfeccionista cuando se trata de cuentas. Analizaba número por número, iluminado únicamente por una vieja lámpara, cuando ¡BAM! Un chevy rojo 98 se ensartó contra mi muro trasero. Salté en un reflejo de supervivencia, nunca había pasado por un susto parecido.

Al salir hacia el jardín, me percaté de que el impacto había sido tan fuerte que tiró la pared que separaba mi hogar de la avenida. Las bolsas de aire del auto habían explotado y estaban ensangrentadas, los vidrios rotos cubrían todo mi patio, el conductor gemía de dolor y parecía cercano a la muerte. Lo miré a los ojos, estaban perdidos, la parca parecía empujarlo hacia el infierno. Un par de policías y periodistas me preguntaron por el suceso, no podía decir mucho, sólo pensaba en esa última mirada del conductor. SEMEFO tardó un par de horas en llegar a levantar el cuerpo. Las autoridades reconstruyeron mi pared pero no tomaron medidas suficientes para evitar que se repitiera el hecho. Los medios de comunicación informaron que el conductor excedía al triple el nivel de alcohol permitido en la sangre para manejar.

Desde ese momento todo empeoró. Cada dos semanas, como un ritual religioso, un conductor que manejaba bajo los efectos del alcohol y a exceso de velocidad se estrellaba contra mi pared. En ocasiones fallecían, otras sólo se fracturaban una pierna o un par de huesos, a veces quedaban ilesos. Pero yo sólo miraba por la ventana, todos los días, esperando el impacto. Toda esa tragedia que pasaba frente a mis ojos se incrustaba en mi memoria como una garrapata a la piel. ¡Esos desconsiderados hijos de puta! No les importaba ni su propia vida, se ahogaban en tequila y tomaban el volante como si nada.

Esos automóviles que pasaban a 120 kilómetros por hora a las 3 de la madrugada rozando el muro del patio trasero, las estruendosas motocicletas por la mañana, el tráfico de la hora pico con todos esos cláxones y ese letrero de fumigaciones frente a la casa que tenía una cucaracha muerta gigante como logo, eran un pase directo a la locura. Un joven solitario como yo no debería estar expuesto a este circo, nadie debería estarlo.

rotonda de las casas
Foto: Aline Castillo / Instagram: alineoffduty

Alguna vez escuché que la ciudad de Monterrey no creció como debía, ese complejo de hogares solía ser el final de la metrópoli, pero conforme los años pasaron y la población aumentó, los fraccionamientos se incrementaron hacia el poniente, y en una estrategia fallida de vialidad, el estado dejó ese tramo de casas en medio de una avenida de alta velocidad.

En ocasiones imaginaba el momento cuando visité por primera vez el #111 de la Rotonda de las Casas, recuerdo no haber estado convencido de comprarla. Es horrible, la fachada tiene grietas, las perillas funcionan a duras penas, el suelo es de un verde esmeralda de pésimo gusto, la presión del agua es lamentable, a veces sale un pequeño chorro de agua que no alcanza ni para un baño y la cocina tiene unos acabados viejos en madera que crujen por las noches, las cucarachas salen al ritmo de ese crujido, como si las despertara, las incita a bailar, es su himno.

A menudo pienso en que estoy frente a ese amable vendedor que me persuadió a comprar este espeluznante lugar y lo ahorco hasta la muerte, me crea una especie de alivio, esa imagen me mantiene cuerdo.

Cometí el gran error de trabajar desde casa. La carga de labores subía y cada vez era más difícil no pensar en los momentos de tragedia que sucedían en la pared trasera, ignorar el ruido, el maldito ruido. Más y más cucarachas, con el paso del tiempo crecían en número. Busqué su lugar de origen en varias ocasiones, las tuberías, debajo de los mosaicos, en cada rincón del lugar, pero aparecían de la nada.

rotonda de las casas
Foto: Aline Castillo / Instagram: alineoffduty

La confusión entre los números, las muertes y los insectos hacían una extraña mezcla en mi cabeza.

Luego de unos meses me despidieron de la empresa en la que trabajaba. Los libros de contaduría tenían grandes huecos y diversos errores estadísticos de los que nunca me percaté, y que poco me importaban. Mis días se basaban en escuchar el constante ruido, siempre atento a cualquier onda sonora, había educado mi oído como lo hace un buen músico. Me paraba en el patio, cerca del muro, esperaba que un carro impactara y me llevara con él.

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Algún día tengo que hacer algo, no puedo dejar que me lleven a la locura en mi propia casa. Lo haré, un día de estos haré valer mi autoridad, es mi propiedad.

Me recosté en cama, luego de unos segundos, las cucarachas empezaron a invadir mi habitación, estaban arriba de mí, en todo el cuerpo, de la cabeza a los pies. Salí desesperado hacia la avenida de alta velocidad y me paré frente a todos esos malditos conductores, detuve el tráfico a mi merced, pero después sentí un fuerte impacto en la costilla, un carro me había golpeado.

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Foto: Aline Castillo / Instagram: alineoffduty

No tengo muchos recuerdos, sólo vagas imágenes en una ambulancia y después en una patrulla policial. Retomé la consciencia en un hospital psiquiátrico, estaba sentado frente a un psicólogo, pero yo seguía escuchando ese impacto, el golpe contra el muro.

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Fotos: Aline Castillo

Texto: Fabrizio Langarica

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