¿Realmente existe la monogamia?

Hemos crecido bajo la idea de que uno, cuando está enamorado, solo tiene ojos para una persona, pero a su vez justificamos al amigo que voltea discretamente a contemplar la belleza de una mujer que no es su pareja, o a la chica que suspira a razón de un hombre ajeno.

Porque la vista no le hace daño a nadie, alegan. Y estoy de acuerdo. 

¿Pero entonces tenemos ojos para una o para varias personas?

Cuando chicos, por ejemplo, nos enseñan a compartir el cariño de papá y de mamá.

A tu hermanita la queremos tanto como a ti, nos dicen. Y a algunos nos cuesta trabajo entenderlo, pero al final cedemos.

—¿Por qué en temas de pareja nos resulta tan complicado ver las cosas de dicha manera? —me preguntaron hace tiempo—. Si al final del día no son lazos del todo diferentes.

Esta pieza se la debo a una buena amiga cuya identidad prefiero conservar bajo la sombra del anonimato.

Es la hermana de en medio de tres mujeres. Está felizmente casada y tiene dos hijos bellos y sanos. Sin embargo, desde hace varios años se entiende semana a semana con su cuñado (el esposo de su hermana la menor).

Se encierran en un cuarto de hotel y hacen el amor como si el mundo empezara y terminara dentro de esas cuatro paredes.

Cualquiera que escuchara de este caso y no conociera a los involucrados, los tacharía de lo peor. Y capaz lo merecen, porque lo que le hacen a sus respectivas parejas no tiene perdón social.

No obstante, yo hablo como alguien que es amigo de ambos, y me atrevo a asegurarles que son los tipos más leales que jamás he conocido en mi vida.

Sé de primera mano lo sucios que se sienten después de cada encuentro; lo mucho que se esfuerzan para que ese jabón rosado les borre las manchas de noches de lujuria y de pecado. Que no serían tan graves si todo quedara ahí: en el simple deseo carnal.

El problema es que lo suyo va más allá.

Se aman tanto como aman a sus parejas, eso es lo que los martiriza.

¿Cómo comenzó todo?

Ni ellos saben.

Un día estaban charlando en casa de los suegros, luego coincidieron en un café. De pronto las palabras cayeron sin remedio en un laberinto de silencio, y del silencio siguieron los besos.

Primero culposos y bajo promesa de no repetirlos; después dolosos y la promesa seguía.

Y sigue cada semana.

Porque no hay noche en que ellos no le rueguen a Dios poder dejar de quererse, pero no pueden.

Porque se aman y se desean. Y cuando llegan a sus respectivos hogares, aman y desean a sus respectivas parejas, y el circuito se repite.

No pretendo dar por inocentes a este par de pecadores, tampoco quiero justificarlos. Lo único que busco es hallarle sentido al hecho de que dos personas leales hayan sido capaces de fallar de una forma tan grosera.

Porque tienen una conducta impecable en todos los otros sentidos. Porque sé de primera mano lo mucho que aman a sus esposos; lo tanto que les pesa hacer lo que hacen.

¿Por qué lo hacen?

¿Por amor?

¿No se supone que uno no puede amar a dos personas al mismo tiempo?

¿La monogamia existe o es solo un invento?

Cuando todo está dicho, decir más, está de más.

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Texto: Jaime Garza 
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